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Jose M Gutierrez

Los hermanos Wright. Historia de una utopía

 Fecha y hora de inicio
 
18/11/2013 14:49:38
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No habían escogido aquél emplazamiento por casualidad. Las playas de arena de Carolina del Norte les proporcionaban los vientos que buscaban, fuertes y constantes en dirección e intensidad; y una vez allí buscaron la zona más apartada posible de los núcleos de población existentes que pudieran llevar indeseados observadores a sus experimentos que habrían de procurarles un jugoso contrato con la administración americana. Una vez llegaron al sitio conocido como Kill Devil Hills decidieron que aquel era el enclave ideal que necesitaban para su proyecto y, sentándose sobre la arena, sonrieron hacia el mar en silencio seguros de que la elección del lugar era correcta.
Los hermanos Orville y Wilbur Wright, dueños de una fábrica de bicicletas en Dayton, Ohio, soñaban con volar, algo que a principios del siglo XX solo unos pocos lo habían conseguido de unas maneras bastante precarias. Ellos querían más. Querían volar por derecho, como los pájaros; siendo más pesados que el aire, impulsados por sus propios medios y dueños de sus decisiones para poder virar con libertad de un lado para otro.
El interés de ambos en el vuelo les surgió desde jóvenes. Exactamente desde que su padre, pastor protestante, les regaló un helicóptero de juguete a la vuelta de uno de sus numerosos viajes. El pequeño aparato estaba hecho de bambú, papel y corcho; y era capaz sostenerse en el aire por sí mismo mediante la fuerza que la torsión de una pequeña banda de goma generaba. Jugaron con él hasta que se rompió, momento en el que ambos hermanos se sobrepusieron rápidamente a la tristeza por la pérdida de tan especial artefacto y decidieron reconstruirlo. Su unión en ese proyecto común les dio tan buenos resultados que su juguete volvió a volar y causándoles una emoción tan especial que se dieron cuenta de que tal sentimiento sólo podría reproducirse construyendo una máquina voladora que pudiera llevarles a ellos a montar los vientos. A partir de ese momento en el que prendió en ellos la chispa que habría de llevarles al cielo, tuvieron muy claro que debían aunar esfuerzos y formar equipo con el objetivo común de construir algún día un aparato que pudiera llevarles por el aire de una manera controlada.
Pronto cayeron en la cuenta de que las ideas raramente alimentan estómagos hasta que se transforman en realidades y decidieron buscar un negocio que les proporcionase los fondos necesarios para dedicarse a la búsqueda de la tan anhelada máquina que colmase su pasión por el vuelo y, puestos a hacer negocio con las últimas tecnologías, decidieron trabajar el nuevo modelo de bicicletas con cuadro en forma de diamante que parecían comprometerse en acabar con el reinado de las Penny Farthing, grandes y difíciles de controlar con una rueda delantera tan desmesuradamente grande que hacía de las caídas algo frecuente. El hecho de tener una empresa dedicada a la ingeniería de última generación les proporcionó, además de pingües beneficios, una inestimable experiencia en física de materiales y en diseño de estructuras que les habría de ser muy útil a la hora de diseñar su máquina voladora. Con la mente puesta en sus futuras creaciones, en su taller desarrollaron nuevas teorías sobre equilibrio, control y resistencia del viento; de tal forma que a finales de siglo, Wilbur, el mayor de los hermanos, declaró formalmente su interés por la aviación en una carta manuscrita enviada al Smithsonian Institute de Washington. En ella afirmaba ser “un entusiasta pero no un excéntrico” que deseaba que le hicieran llegar cuanta información tuvieran en el Instituto sobre todo aquello relacionado con el vuelo. Acababa su misiva manifestando con la más firme de las convicciones que añadiría su entusiasmo al de todos los pioneros que le habían precedido en la aventura del descubrimiento de las alas que levantan los sueños: Otto Lilienthal, George Cayley, Clement Ader, Leonardo da Vinci…
Los hermanos Wright, aprendiendo de los errores de sus predecesores decidieron aplicar un riguroso método a su investigación, decidiendo que no darían un paso sin haber cimentado el anterior. Primero definirían la teoría para poder construir un planeador que sirviese como base a su máquina voladora.
Siguiendo su método, a principios de siglo ya habían establecido que un control de vuelo efectivo era la clave para llegar a su meta de una forma eficaz y segura; sin duda espoleados por las continuas noticias que les llegaban de aeronautas en ciernes a los que su pasión por el vuelo les había llevado a la tumba junto a sus aparatos. No les llevó mucho tiempo realizar su primer descubrimiento importante, tan efectivo que cien años después de su hallazgo se seguía utilizando. Su método de control de vuelo en tres ejes definía que deberían dirigirse las tres dimensiones del espacio para tener control sobre un vehículo sin ningún punto de contacto con la inexorable Tierra que, a través de la fuerza de gravedad ejercía una tiránica influencia sobre todo aquel cuerpo que se situase en sus inmediaciones. No querían dejar nada al azar ni a las cualidades de su máquina, sino que su fin no era otro que otorgar al piloto el total control del movimiento de la aeronave aunque eso significase construir una aeronave inherentemente inestable pero maniobrable. Preferían que el piloto pudiese actuar con rapidez y efectividad para usar el control mecánico para gobernar la aeronave.
Usando la observación de la naturaleza como fuente de información fiable, habida cuenta de que eran los elementos los únicos que hasta el momento habían sido capaces de otorgar a los pájaros control sobre el vuelo, concluyeron que solo mediante el cambio del ángulo de las puntas de las alas eran capaces de variar la dirección y, una vez más en su cuidada investigación, el ciclismo acudió para mostrarles el camino a seguir para conseguir un giro coordinado cuando cayeron en la cuenta de que es imposible tomar una curva en una bicicleta sin inclinarla hacia el interior de la curva. Les pareció lógico que para hacer un giro debían modificarse las puntas de las alas para inclinar su máquina al mismo tiempo que se variaban la dirección.
De este modo, una vez desarrollaron métodos para gobernar los tres ejes que debían ser controlados, decidieron que la base para comenzar la construcción de un planeador gobernable era firme; y sobre ella decidieron construir. No tenían pensado, a diferencia de sus predecesores, lanzarse al aire con máquinas pesadas con mecanismos de control que suponían una total incógnita, basados muchas veces en meras suposiciones sin trasfondo científico alguno. Estaban firmemente convencidos de poder encontrar algo mejor y definitivo cuando decidieron dar el primer paso hacia la construcción de su primer planeador, en los cuales ya pusieron en práctica sus ideas sobre superficies de control y contaban para ello con un mecanismo de torsión de las alas.
Sin embargo, ello no les otorgaba control para corregir la tendencia de sus planeadores a cabecear, por lo que para resolver el problema, construyeron un túnel de viento para probar cientos de perfiles alares diferentes. Se habían dado cuenta de que la torsión alar producía una resistencia diferencial en las puntas de los planos, lo que le hacía perder la dirección del giro. Experimentos con el túnel del viento en una genial combinación con la observación que estos genios autodidactas hacían del vuelo de sus planeadores les hicieron concebir otra revolucionaria idea al convertir las derivas fijas de su planeador en un par de derivas móviles que, coordinadas con las poleas de torsión de los planos, hacían que el morro del avión se mantuviera en la dirección del giro. Habían creado ya su método de control en tres ejes, con torsión alar para controlar el alabeo, un elevador delantero para el cabeceo y dos derivas móviles tras el planeador para dirigir la guiñada.
Había llegado el momento de añadir potencia a la versión definitiva de su planeador y se dieron cuenta de que en realidad no había muchas más literatura sobre hélices que aquellas que las asociaban a motores de barco, por lo que se encontraron con que en realidad, no tenían ningún punto de partida. Ambos hermanos discutieron, en ocasiones acaloradamente, sobre la manera de construir una hélice para mover aire con la mayor eficiencia y llegaron a la conclusión de que, en esencia, debía ser un ala rotando en un plano vertical. Partiendo de ese punto, diseñaron su hélice en el túnel de viento que habían construido en su taller con tanto éxito que, pese a que Wilbur Orville anotó que teóricamente tenía una eficiencia del 66%, pruebas en túneles de aire más modernos han dado lecturas de eficiencia de un 82% cuando las hélices modernas arrojan un valor de hasta un 85%.
Dejaron el motor para lo último. Escribieron a varios fabricantes de motores para coches, pero para su desilusión, ninguno de ellos consiguió llegar a sus requerimientos de ligereza combinada con potencia. Sin embargo, no pensaban rendirse al final de tan novedosa carrera de obstáculos; y menos por tener que partir de cero en sus investigaciones, algo que habían tenido que hacer en cada uno de los problemas que iban surgiendo a lo largo de su tan deseado proyecto. Por suerte, tenían en su taller a un formidable mecánico, Charlie Taylor, que, en permanente contacto con los hermanos, diseñó sobre un bloque motor de aluminio un primitivo sistema de inyección de combustible. El motor, terminado y operativo en un tiempo récord de tan solo seis semanas, prescindía de elementos que pudieran dar un peso innecesario, por lo que se construyó sin carburadores ni bombas de combustible, sino que se alimentaba por gravedad desde un depósito sobre el motor. En cualquier caso, la potencia del motor era insuficiente como para emprender el vuelo, por lo que optaron por la más fácil de las soluciones que pasaba por construir un raíl que disminuyera la fricción con la arena, de tal manera que su aeroplano se deslizase sobre él.
Los Wright, por último, tomaron la decisión de montar dos hélices tras el motor, empujando a la aeronave desde atrás mediante una transmisión por cadena como la que llevaban las bicicletas que llevaban años fabricando. Pero en este caso, la transmisión sería cruzada para que, en otra genial decisión, cada hélice girase en diferente sentido para anular mutuamente el par de giro que induciría otra fuerza más al ya delicado de dirigir aeroplano.
En su afán por no dejar nada al azar y probar cuantas veces hiciera falta cualquier sistema hasta declararlo válido y fiable, aún tuvieron que retrasar la puesta en marcha de su sueño un día tras otro y semana tras semana. La rotura de palas de la hélice era el más frecuente de sus contratiempos pero, una vez más, pasaron por encima de las dificultades con una determinación que les llevó a encontrarse el día 13 de Septiembre de 1903 de pie, hermano junto a hermano, en lo alto de una duna en Kill Devil Hills. Ambos sentían el constante viento enredándose en sus rostros, como alentándolos a subirse a él usando su máquina y recorrer juntos la corta distancia que los separaba de formar parte de la historia pero, lamentablemente, aquel día en el que las condiciones parecían ideales, era Domingo y sabían que no podrían contar con las bendiciones de su padre. No habría más remedio que rezar para que el siguiente día hubiera un escenario similar.
Y lo fue. Una moneda lanzada al aire la mañana del 14 de Diciembre decidió que, puesto que su aparato solo tenía capacidad para uno de los hermanos, sería Wilbur Wright quien tomaría los mandos del aeroplano en lo que habría de ser su primer vuelo. Y así, tras un fraternal abrazo lleno de emoción, enfilaron el raíl hacia el viento y colocaron encima su aparato que habían bautizado como Flyer. Volador. No necesitaba otro nombre.
El motor se puso en marcha entre un par de explosiones mientras que las hélices, solidarias con las primeras carrasperas del motor, amagaban una puesta en marcha que no tardó en producirse. El avión, junto con las ilusiones de los hermanos, comenzó a correr por el raíl; Orville llevando de la punta del plano al avión en su carrera cómo se lleva a un hijo el primer día de colegio y, con emoción, comenzó a notar como empezaba a elevarse. Pero la falta de experiencia les jugó una mala pasada e hizo que Wilbur levantase el morro con brusquedad, haciendo que el avión entrase en pérdida tras un par de segundos de vuelo y cayese a la arena. El hecho de ser arena blanda y no otra sustancia más contundente hizo que el daño al aeroplano fuera mínimo. Más pequeño incluso que el que sufrieron sus sentimientos, a prueba de bombas a estas alturas del proyecto al que habían dedicado sus vidas.
Tras reparar el avión con incluso una ilusión mayor que la que tenían, el avión tuvo una segunda tentativa para llegar al cielo el 17 de Diciembre de 1903. Era el turno de Orville a los mandos.
Entonces ocurrió el milagro. Sobre las 10:35 de la mañana, el Flyer recorrió aproximadamente 35 metros en doce segundos, completando el primer vuelo controlado de una máquina autopropulsada más pesada que el aire. El júbilo estalló en las siete personas que estaban sobre la colina de Kitty Hawk esa mañana y, una vez comprobaron que se habían despegado del suelo, se sucedieron los vuelos. Aún hubo un segundo y un tercer vuelo de aproximadamente 50 y 60 metros, respectivamente; pero el cuarto traspasó todas las expectativas, durando muy poco menos de un minuto y recorriendo casi 250 metros a tres metros sobre la arena, tras lo cual el Flyer se desplomó, rompiendo el timón. Los hermanos enviaron un telegrama a su padre entonces para que informara a la prensa, aunque por entonces su vuelo no supuso un gran hito.
Los hermanos Wright enseñaron al mundo a volar tras cuatro años de experimentación plagada de ilusiones y desencuentros. Sin embargo, su coraje e imaginación sortearon todos los obstáculos, alcanzando su sueño y completando un logro que cambiaría nuestro mundo para siempre. La era de la aviación era ya una realidad.

Jose.

Pd. Espero perdonéis el ladrillo

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